miércoles, 16 de abril de 2008

Venero




















Venero de amapolas

¿En qué nido de luz
le tiemblan las ojeras
y el verde-añil le calza la mirada?

En cual milagro
Dios requiebra verbos
emerge en la desnudez del lienzo.
En cual sendero
acurruca la soledad que la perturba
cerrada de ojos
camina sin tropiezo
se embebe en la palabra que la nombra.

Quizá
hoy baja descalza por el venero de amapolas
se sienta a conversar con los geranios
quizá
vuelva a creer en el camino del gitano
en el febril nacimiento de las olas.
Canto de sirenas

También conozco el canto de las sirenas rojas
los acuosos segundos en su lengua
el clásico sonido de las caudas
y la diáfana luz de sus collares.

Conozco el torbellino donde nace la tormenta
la concha de nácar y el cristal de roca.
Aprendí en el mar
el satinado mimo del esturión del caspio
el rostro del cielo escudriñando el alma
y a vivir apenas respirando.

Se de la infinita necesidad que tienen
por amar los treinta días de la semana
del color del iris, de sus brillantes cristalinos,
y por qué se pierde la razón en dos segundos.

Estoy al tanto
del suave nado sobre el mar profundo
de la espina que dejan en la sangre
del infinito destrozo que causan las escamas.

También conozco el canto de las sirenas rojas
el beso coloidal de la quinta semana de febrero
a Nereida, encadenada al arrecife,
al arlequín dorado, que destiñe los espejos en la bruma.

Conozco el hambre
la soledad que escurre por la vereda de la selva negra
del sabor de la brisa en abstinencia
del fulminante beso de medusa.

Entiendo a las palmeras que asechan en la sombra
el parpadeo de los cuartos oscuros
la última luz que apaga los cristales
y el absurdo alarido de los grillos.

Se lo que es estar, así, sin nada,
del silencio que precede a la tragedia
y del suicidio colectivo de ballenas.

Se de los tritones que retrazan la partida
que nadie espera en el delta del fracaso
que el alud de la montaña
no alivia el dolor que nos quebranta
que no podemos abandonar su cabellera
expatriar la herida, el aluvión en llamas...
De piel acidulada

No cuenta las burbujas
que emergen del agua mineral naranja
ni los quebrantos del solar enfermo.

No cuenta
a qué velocidad escapan los latidos
o si el furor de la ventisca
puede borrar el sabor de la piel acidulada.

No cuenta
si el libro de mayo
camina por la orilla de abril y de septiembre
si premiará con flores de espliego la memoria
o los nidos de marzo
cobijo serán
de otra ave distinta a la aurora.

No cuenta colores abatidos
flores de lavanda
alivios de calenda.

No cuenta
la historia pétrea de los celtas
la sal del universo conocido.
No cuenta
del imperdible que levanta polvo
del pensamiento fluvial que la arrebata.

No cuenta
la edad de las aceras
ni del quemante verso que perfora...