jueves, 13 de octubre de 2011

CANTATA PARA OURENSE...




A primera vista

parece que las piedras duermen por los siglos

descansan

entre grumos de estrellas y sueños incumplidos

entre el roce de labios

y arrullos de un millón de años.

Apilados

uno a uno los bloques de granito

ondulan el silencio del espejo

al temperamental invierno

en su casona de amaranto.

Silvestre la mirada

toca el lenguaje de la piel sin apellido

la antigüedad perfecta del andador galego.

Camino al mundo

transito por sueños de romanos

¿Acaso estoy en casa y lo he olvidado?

Acaso

las piedras hablan para que vibre el ala

para quedar sin piel

y sienta las paladas de agua

conmemore la vida

la llovizna que con amor

me mordisquea los dedos.

Rezo con otra voz

en otra madrugada

cada verso de modo diferente

me arrullo al alba sin cerrar los ojos

sonrío

me humedezco

en el resplandor y se ilumina el cielo.

A ratos

entre montañas y laderas

Ourense se hunde acompasado

tiembla de frío

exhala vapor por las cornisas

tirita

entre albos eneros

y carballos instantáneos

en ventanales

que permean sin límite la historia.

Mejorar los sueños

consigna el viento del retiro

la transparencia del río

y el devenir que sube inmaculado

por la empedrada calle de Bedolla.

Aquí se puede suspirar

cada segundo sin que te cause daño

atrapar

el rumor y los deslices del cruzeiro

la buena suerte que acompaña desde el Miño.

Un soplo de nostalgia

inunda las plazas cuadriculadas con granito

al Ciclamor en permanente viaje

al continuo desfilar de las Carpúleas

que abrasan el territorio infinito de la espuma.

Las Meigas

-sin que las toque el aire-

germinan visiones de colores

éxodos

cantatas de amor

primaveras que abren el universo inexplicable.

Alguno de los ángeles

consuela el dolor de las mañanas

hilvanan de azules

las camelinas del crepúsculo

el cabalgar de las esfinges

las flamas que se inmolan por costumbre.

Vulcano silba en la urgencia de las Burgas

renace entre burbujas azufrosas

en el vuelo perfecto de las aves

y en el sueño embriagador de la semilla.

Ourense enamora

con la liviandad de las medusas

con el trémulo latido de una lengua virgen

con la hogaza de pan

y el vino con que estamos hechos.

Los orensanos

conocen el camino que va para Santiago

saben del torrente de agua inesperado

de las mujeres que vuelan

-a baja altura-

sobre la Plaza Magdalena

de los eclipses que se empalman con el mes de junio

saben que ahí

el tiempo fluye inalterable

marca la piel con más ternura

que sirve para ahuyentar la muerte.

Debo hablar

antes que la voz se pierda

entre las piedras que atesora

antes de que la piel destile arena

sea gemido vocablo abandonado

deambule solo

sin dar razón

del corazón que se desprende

debo hablar

del Grelo y los viñedos

de la Ribeira Sacra

de la lareira que guarda la esperanza

de la hermana sonrisa

que me ha atemperado el alma.




miércoles, 16 de abril de 2008

Venero




















Venero de amapolas

¿En qué nido de luz
le tiemblan las ojeras
y el verde-añil le calza la mirada?

En cual milagro
Dios requiebra verbos
emerge en la desnudez del lienzo.
En cual sendero
acurruca la soledad que la perturba
cerrada de ojos
camina sin tropiezo
se embebe en la palabra que la nombra.

Quizá
hoy baja descalza por el venero de amapolas
se sienta a conversar con los geranios
quizá
vuelva a creer en el camino del gitano
en el febril nacimiento de las olas.
Canto de sirenas

También conozco el canto de las sirenas rojas
los acuosos segundos en su lengua
el clásico sonido de las caudas
y la diáfana luz de sus collares.

Conozco el torbellino donde nace la tormenta
la concha de nácar y el cristal de roca.
Aprendí en el mar
el satinado mimo del esturión del caspio
el rostro del cielo escudriñando el alma
y a vivir apenas respirando.

Se de la infinita necesidad que tienen
por amar los treinta días de la semana
del color del iris, de sus brillantes cristalinos,
y por qué se pierde la razón en dos segundos.

Estoy al tanto
del suave nado sobre el mar profundo
de la espina que dejan en la sangre
del infinito destrozo que causan las escamas.

También conozco el canto de las sirenas rojas
el beso coloidal de la quinta semana de febrero
a Nereida, encadenada al arrecife,
al arlequín dorado, que destiñe los espejos en la bruma.

Conozco el hambre
la soledad que escurre por la vereda de la selva negra
del sabor de la brisa en abstinencia
del fulminante beso de medusa.

Entiendo a las palmeras que asechan en la sombra
el parpadeo de los cuartos oscuros
la última luz que apaga los cristales
y el absurdo alarido de los grillos.

Se lo que es estar, así, sin nada,
del silencio que precede a la tragedia
y del suicidio colectivo de ballenas.

Se de los tritones que retrazan la partida
que nadie espera en el delta del fracaso
que el alud de la montaña
no alivia el dolor que nos quebranta
que no podemos abandonar su cabellera
expatriar la herida, el aluvión en llamas...
De piel acidulada

No cuenta las burbujas
que emergen del agua mineral naranja
ni los quebrantos del solar enfermo.

No cuenta
a qué velocidad escapan los latidos
o si el furor de la ventisca
puede borrar el sabor de la piel acidulada.

No cuenta
si el libro de mayo
camina por la orilla de abril y de septiembre
si premiará con flores de espliego la memoria
o los nidos de marzo
cobijo serán
de otra ave distinta a la aurora.

No cuenta colores abatidos
flores de lavanda
alivios de calenda.

No cuenta
la historia pétrea de los celtas
la sal del universo conocido.
No cuenta
del imperdible que levanta polvo
del pensamiento fluvial que la arrebata.

No cuenta
la edad de las aceras
ni del quemante verso que perfora...